Si todos los caminos llegan a Roma, ¿cómo se sale de Roma?

A veces, pensamos demasiado y sentimos muy poco.

Mi abuelo siempre decía que si alguien quiere seriamente formar parte de tu vida, hará lo imposible por estar en ella, aunque, en cierto modo, perdamos entre pantallas el valor de las miradas, olvidando que cuando alguien nos dedica su tiempo, nos está regalando lo único que no recuperará jamás.

Y es que la vida son momentos, ¿sabes? Que ahora estoy aquí y mañana no lo sé. Y que quería decirte, que si alguna vez quieres algo, quieres algo de verdad, ve por ello y nada más, mirando el miedo de frente y a los ojos, entregándolo todo y dando el alma, sacando al niño que llevas dentro, ese que cree en los imposibles y que daría la luna por tocar una estrella...

Así que no sé qué será de mí mañana, pero este sol siempre va a ser el mismo que el tuyo, que los amigos son la familia que elegimos y que yo te elijo a ti, te elijo a ti por ser dueño de las arrugas que tendré en los labios de vieja, que apuesto fuerte por estos años a tu lado, por las noches en vela, las fiestas, las risas, los secretos y los amores del pasado. Tus abrazos, así por que sí, sin venir a cuento, ni tener que celebrar algo.

Y es que en este tiempo me he dado cuenta que los pequeños detalles son los que hacen las grandes cosas. Y que tú has hecho infinito mi límite, y así te doy las gracias por ser la única persona capaz de hacerme llorar riendo, por aparecer en mi vida con esa sonrisa loca, con ese brillo en los ojos capaz de pelearse contra un millón de tsunamis...

Así que no... no sé dónde estaremos mañana, no sé dónde estaremos dentro de diez años, ni cómo se sale de Roma, no te puedo asegurar nada. Pero te prometo, que pase lo que pase, estés donde estés, voy a acordarme de ti toda la vida, por eso, mi luna va a estar siempre contigo, porque tú me enseñaste a vivir cada día como el primer día del resto de mi vida y eso, eso no lo voy a olvidar nunca.

lunes, 5 de octubre de 2015

¿No vivís con la sensación de haberte quedado para siempre en algún lugar, persona o instante?

He peleado contra cielo, mar y tierra.
Tengo cicatrices, las cuales enseño con orgullo, porque representan las guerras que he ganado. Muchas de ellas contra quien soy.

He sido la cueva del lobo de la que temen entrar, también he sido el zorro que aúlla ante las mil lunas llenas en las que dejó todas sus lágrimas cuando le estalló el invierno en su pecho y estuvo al borde de aquel precipicio, del cual terminó enamorándose, porque los vacíos tienen muchas historias en común, por ejemplo, los hundimientos a plena luz del día.

Tengo recuerdos que me persiguen, vaya a donde vaya, porque yo mismo les doy la dirección en la que me quemo con la soledad entre los dientes.

Me han dicho que soy una chica difícil de tratar, porque sólo busco las cosas que he perdido en otros, si tan sólo supieran que no son cosas, son partes que me pertenecen y que ahora reclamo. Si tan sólo supieran lo terriblemente jodido que es sentirse incompleto, no por ausencia de personas, sino por ausencia de uno mismo, me entenderían más y mejor, aunque no busco que me entiendan jamás.

La vez que me preguntaron quién era, miré a mi mamá: cuando me preguntaron como me sentía, volteé a ver a la tormenta. Y cerré mis ojos, e imaginé lo bonito que sería sentirse tan siquiera una vez en la vida una hoja en pleno otoño: tan frágil, y tan libre a la vez.

He sido la chispa que detonó una gran bomba de pensamientos incontrolables y sentimientos torrenciales en un suicida.

Soy las sombras de un pasado oscuro, las cien cortaduras en las muñecas, los mil fantasmas detrás de un asesino y la oscuridad del túnel. Y yo soñé con ser luz, iluminar vidas y callejones, ser la guía de un perdido sin norte, ser la locura de un cuerdo, y ser la cura de un corazón roto.

He visto resurgir a un desastre y embellecer el paisaje con su sonrisa.

Izo mi bandera, porque creo en el pueblo de América, creo en los soñadores que luchan con capa y espada hasta gastar su última esperanza, creo en que los atardeceres curan si en verdad crees en ellos, creo en los huracanes que entran en tu vida y salen sin haber hecho daño, creo en el amor sin heridas, creo en quien pasa desapercibido porque siento su grandeza de no querer ser visto.

Ya es hora de partir, de conocer, de conocerme, de reconocer lo que he desconocido. Es hora de encontrar, de encontrarme, de reencontrarme con las partes que he perdido en el camino. Es hora de abrir mis alas, y volar.

jueves, 1 de octubre de 2015

Nos desgastamos las popular en quien no nos mira. Los sentimientos en quien no siente, y las palabras en quien no las escucha. Y así nos va.

Tal vez necesitamos más de todo, o de nosotros mismos. Quizás la clave para salir del desastre está en aceptarlo desde el principio, y abrazarlo, aceptar que es nuestro y que siempre lo ha sido, y que, por muy fuerte que suene, también nos ha acompañado después de todo el camino. Hemos tenido vistas, porque las hemos tenido, así no nos gustasen, hemos tenido risas sin saber que estamos riendo, porque muchas veces nos la pasamos buscando el golpe de la piedra y eso, muchos, aun no lo saben. A lo mejor es que hemos pasado toda nuestra vida hablando bajito, para pasar desapercibidos, para que nadie nos escuchase cuan desesperados estamos, o tan ansiosos nos vemos desde nuestros ojos. Para ser invisibles, como el sueño de un niño o de un criminal. O quizás lo hemos hecho, para negar cuando alguien nos pregunta si nos han hecho daño.

Un abrazo también representa un atentado terrorista, porque he sentido como cada vértebra, cada hueso, cada palmada en mi espalda, me ha hecho temblar y desaparecer en una milésima de segundo. Y desmoronarme pensando en el futuro, en el de dos almas soñadoras y emprendedoras que buscan cosas diferentes, que miran hacia horizontes diferentes, pero que bailan su canción favorita como un fanático loco por su idolo.

A veces me pregunto ¿como fuimos tan tontos al dejarnos ir en otros? Y he llegado a la conclusión de que, quizás, lo hemos hecho, porque simple y sencillamente, no nos quedó de otra que acompañar a otro en su soledad, aunque eso implicase quedarnos aún más solos.

Y lo resumo todo en unas cuantas palabras:

No se trata de encajar, sino de encontrar una postura comoda en la vida. Tal y como lo hacemos cuando miramos televisión desde el sofá o cuando intentamos dormir.

La luz al final del túnel es la sonrisa de un triste, por eso se recorre primero toda la oscuridad que ha pasado para llegar a brillar con tal intensidad.

Yo solo quería lucir bien para ti, amarte como jamás he odiado a nadie, cantarte al oído hasta que te quedaras dormida, acostar mi cabeza en tu regazo y reírnos, un domingo cualquiera, de todas las estupideces de toda la semana.
Yo no buscaba envejecer al lado, quería que nos pusiésemos viejos de tanta historia para contarle al resto, jamas supe tener una, ni siquiera conmigo.
O quizás nunca supe contarla sin que me doliesen de nuevo las heridas.

Necesitaba de tus manos para salvarme del mundo, para que la vida no huyese de mi al ver cuanto me duelen algunas canciones, para que el tiempo no fuese tan deprisa huyendo como cobarde.
No quería tiempo perdido, ni ganas sin usar, quería tiempo en el que perder la noción del mismo, quería que nos acurrucáramos a ver los abismos, los propios, y planificar construir algo bonito ahi.
Porque no hay nada mas significante que el hecho de querer arreglar lo que otro dejó mal.

Yo buscaba dentro de ti eso que tantísimo tu detestas de ti misma y enseñarlo con orgullo al mundo. Como las cicatrices como tu historia y tus tachones. Como tu sonrisa y tu invierno.
No buscaba ni quería lo que el mundo, buscaba lo que un chico como yo, raro y triste, quiere encontrar. Quiero decir, mapas donde el tesoro, es encontrar esa sonrisa que ya olvidó en quién la dejó.

Si te sientes inolvidable, recuerda que hasta el cielo olvida a sus estrellas cuando se van. Y pone a otras en su lugar.

Era una noche de septiembre cuando la abracé por primera vez y me dijo que ésa había sido la primera vez que sonreía en público, y me sentí el chico más afortunado de la ciudad. Verle con esa felicidad que solamente alguien que jamás supo sonreír en el pasado puede conseguir, verle con ese brillo en los ojos como si fuesen estrellas que están a punto de partir del firmamento. "Ojalá, algún día, me lleves a tocar ese infinito", me decía. Y la llevé a tocar el cielo de las ilusiones que tienen una base en concreto, es decir, que son sostenibles y duraderas. Pero nunca supe decirle o aclararle a su debido tiempo que mis cimientos eran demasiado débiles como para construir algo conmigo. Que siempre he sido un chico demasiado inestable y que mi vida la llevo con correa mientras la saco a pasear. Que, a lo mejor, la tristeza no dura tanto como para tener los ojos tan tristes hasta el anochecer, que hay que saber salir a tiempo de ciertos precipicios, que está bien tener vacíos que jamás nadie pueda sustituir. Y, entonces, ella ya había hecho en mí un enorme y aterrador vacío.

Quizás nunca supe hablarle bien sobre las promesas de cualquier arquitecto de vidas, porque jamás sentí esa necesidad de querer que alguien viniese a arreglar lo que duele, a sanar lo que sangra, ni a eternizar la risa. A lo mejor me gusta ser un chico triste, a lo mejor me gusta andar por la vida pensando en esos ojalá que se quedaron en el olvido, a lo mejor me gusta romperme llorando mientras escucho mi canción favorita, a lo mejor me gusta contar estrellas como si intentase recordar cuántas personas me han hecho daño mientras sonreía, a lo mejor soy más un chico de conclusiones y metáforas, a lo mejor es que me dueles tanto que pretendo hablarles a los demás de lo bonita que era la vida a tu lado, e intento guardarme para mí lo insignificantes que son los atardeceres desde que no los comparto contigo.